Recordando a Mons. Gerardi

Margarita Carrera

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decidió denunciar a este frente a Álvarez Ruiz, quien acusaba a la guerrilla de las múltiples matanzas que se estaban dando.

—Más bien es el ejército quien pone en práctica el reclutamiento forzoso. Por esa razón, muchos indígenas jóvenes prefieren huir y buscar alguien que los ampare. Entonces van a la montaña y se encuentran con la guerrilla que los acoge y defiende sus derechos—, le dijo monseñor.

—¿Pero es que no se da cuenta, monseñor, que la guerrilla no está utilizando a los indígenas, sino a usted mismo, junto a otros sacerdotes?

—Lo siento, señor ministro, pero a mí no me utiliza nadie. Yo estoy al servicio de Dios y de la Iglesia y para mí, créame, la Iglesia es ajena a manejos políticos o de cualquier otra índole. Como cristianos que somos, nos toca defender a los desvalidos. Si no ¿quién por ellos? Estar al servicio de los pobres, es algo que el verdadero cristiano no puede evadir. ¿Es que acaso ustedes no tienen temor de Dios?

—Pero, monseñor —le atajó Álvarez Ruiz— hay muchos curas que están trabajando con la guerrilla; eso usted lo sabe muy bien, pero ¿por qué la diócesis de Quiché no colabora con nosotros?

—No lo he pensado— le respondió Gerardi— pero la respuesta es un “no”. Mientras el ejército está haciendo lo que hace, no se pueden justificar tantas barbaridades… más aún, me parece que la guerrilla no mata de la misma forma que lo hacen ustedes, porque políticamente no les conviene; y la gente cree que la guerrilla es su amiga y el ejército su enemigo.

Por fin, se había atrevido a decirles en su cara lo que tanto deseaba. Gerardi respiró hondo y miró a los ojos de Álvarez Ruiz, quien bajó la mirada. Mendoza Palomo no pudo contener un gesto de cólera. Frunció el ceño y dijo bruscamente:

—Basta, monseñor, deje de estar atacándonos a nosotros que defendemos la patria.

—¿La patria de quién, se puede saber señor ministro?

—La de los guatemaltecos verdaderos, enemigos del comunismo—. La voz de Álvarez Ruiz subió de tono. Estaba rojo de la rabia.

—Monseñor Gerardi —dijo confiado Mendoza Palomo— siempre hemos deseado charlar con usted, sobre todo para solicitarle su colaboración en el área de Quiché en donde abundan los guerrilleros.

—Mucho me temo —le respondió Gerardi— que los militares combatiendo la guerrilla van a quedar fuera de la ley…y atacando tanto a la población civil, ustedes están haciendo e incrementando la guerrilla.

—Es una lástima, monseñor, que no podamos llegar a un acuerdo— Mendoza Palomo había logrado dominar su ira y parecía querer terminar con la entrevista.

A su vez, viendo que ya no quedaba nada por decir, Gerardi se puso de pie y, logrando recuperar la calma trató de despedirse amablemente.

—Espero que algún día recapaciten sobre lo que le están haciendo al pueblo de Guatemala. Yo no puedo hacer otra cosa que estar al lado de los indígenas perseguidos, al lado de los sacerdotes y catequistas que están siendo víctimas de la violencia que tanto la guerrilla como el ejército lleva a cabo.

Sin embargo, Gerardi admitía que las violaciones a los derechos humanos se daban también al lado de la guerrilla.

(Tomado del libro En la mirilla del jaguar, páginas 44 y 121).

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