Suicidio continuado

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“Venga, doñita, bájese de ahí”, le dijo tomándola del brazo. “Dios me envió para ayudarla”, y caminando lentamente hacia el vehículo,  le abrió la mano y le puso un fajo  de billetes sobre ella.
 
“Son Q1 mil 990  para su renta. Mi hijo me los regaló ayer —y sin mencionarle  lo del escán de su esposa— le dijo: —No eran para mí, eran para usted—”.

La mujer lo abrazó como si Dios mismo le estuviese abriendo los brazos. Entre sollozos no dejaba de exclamar “gracias, gracias, que Dios lo bendiga”. Con paternal voz don Pedro le respondió: “Y nos está bendiciendo, mija, nos está bendiciendo”.
 
La mujer sintió una mano en su espalda. Era la esposa de don Pedro. Los tres formaban un extraño cuadro. Tres  personas abrazándose en medio de un puente.

Una larga fila de carros pasando lentamente por el carril de la izquierda, algunos lanzando insultos y miradas de enojo. Unos pocos, conectados, comprendiendo perfectamente el drama de cómo un buen samaritano había salvado la vida de una mujer evitando el suicidio.  “Perdón por estas molestias. Qué vergüenza. Es que estaba desesperada. Esta mañana no podía levantarme de la cama. Mi nena tenía hambre y no tenía nada que darle. Ya no aguanté más. Encargué a la nena con una vecina y comencé a correr hasta que llegué al puente. No saben lo que les agradezco”  —exclamó la mujer— mientras don Pedro conducía.
 
“No sé qué me pasó. Esta mañana, cuando me levanté sentí que había llegado a mi límite. Justo cuando me iba a lanzar le pedí perdón a Dios y de repente apareció usted”.

Doña Martita, la esposa de don Pedro, le dijo:  “Fue Dios, mijita, fue Dios. Por eso estás aquí. Vamos a traer a tu nena y se vienen a vivir con nosotros. Nuestros hijos ya se fueron y tenemos mucho espacio. No te preocupes ya por nada.
 
Al día siguiente don Pedro recibió una llamada. Era el columnista Alfred Kaltschmitt: “Hola don Pedro. Mire usted cómo es la vida. Hay muchas personas conectadas a Dios y llenas de su amor. A raíz de la última columna Suicidio que no sucedió, varias personas creyeron que era cierta y me escribieron ofreciendo pagar el costo del escán de su esposa. Qué lindo ¿verdad?”.

Don Pedro contestó un tanto serio: “Pues entonces sí era cierta don Alfred. Véngase a tomar una tacita de café a mi casa. Le quiero contar otro milagro para su próxima columna”.
 
Por allá estaré el próximo martes don Pedro.
 
alfredkalt@gmail.com

ESCRITO POR:

Alfred Kaltschmitt

Licenciado en Periodismo, Ph.D. en Investigación Social. Ha sido columnista de Prensa Libre por 28 años. Ha dirigido varios medios radiales y televisivos. Decano fundador de la Universidad Panamericana.