Al respecto de los Nóbel de literatura

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e hispanoparlante. Y eso me hizo recordar a los otros dos Premios Nóbel de Literatura con quienes también tuve la oportunidad de conversar, aunque sea brevemente, Miguel Ángel Asturias y Mario Vargas Llosa.

EN EL HOGAR DE mis padres, la musa literaria se sentía en casa. Desde niño supe de Gabriela Mistral, de Pablo Neruda (una de cuyas poesías, Farewell, recitó mi padre pocos minutos antes de fallecer, el 27 de abril hará dos años). Recuerdo mi emoción infantil cuando Platero se cruzó en mi camino, gracias al tierno Juan Ramón Jiménez, cuya muerte me entristeció como lo había hecho la del burrito hispanoamericano más famoso. El nombre Miguel Ángel Asturias sonaba sobre todo como poeta, con obras como su Oda a la Virgen del Rosario. Por eso para mí fue y sigue siendo inolvidable haber estado presente en la entrega de su Premio Nóbel en diciembre de 1967, junto con Manuel José Arce, Julio César Anzueto y Acisclo Valladares.

LA PERTENENCIA A LA Academia Guatemalteca de la Lengua me permitió saludar a García Márquez y a Vargas Llosa. Entonces puedo sentirme y declararme satisfecho de esa oportunidad otorgada por la vida. Todos ellos, así como los escritores españoles galardonados —José Echegaray, Santiago Ramón y Cajal, Jacinto Benavente, Vicente Alexandre y Camilo José Cela, y el mexicano Octavio Paz— de alguna manera pasaron por mi vida, aunque sin la emoción de la juventud ni la ilusión de la niñez. A todos los considero pilares de sostén del idioma español como una de las mejores formas de expresión oral y escrita emanadas de la civilización occidental. Genios, cuidadores, transformadores, irreverentes y creadores de estilos y de bases de normas.

ANTES DE FRAILE, FUE cocinero, dice un adagio español. Eso se nota al instante con García Márquez: escribe con claridad periodística, difícil de lograr. No abunda en figuras retóricas ni la suya es prosa poética, como sí lo es la de Asturias, de quien antes se hablaba como el creador del realismo mágico, lo cual ahora se atribuye al gran colombiano. Es injusto, estoy seguro, pero no es culpa de él. Nunca supe por qué, habiendo sido periodista de origen y sintiéndose como tal, no intervino ante Fidel Castro, su amigo, para evitar un cuarto de siglo de injusta condena a prisión a disidentes cubanos, entre ellos varios periodistas. Pero esa falencia humana de ninguna manera puede disminuir el enorme valor de su obra literaria.

SON JUSTIFICADOS TODOS los homenajes otorgados a García Márquez tanto en Colombia, su patria natal, como México, su patria adoptiva, donde vivió muchos años de su vida. Ya es parte de la historia cultural de la Humanidad, y entra al gremio de los escritores consagrados, cuya obra se puede juzgar desde la perspectiva literaria exclusivamente, o con una mezcla de ideología, hechos cimeros ocurridos durante su tiempo, todo ello envuelto en la personalidad humana. Al analizar todo esto, reitero mi alegría por haber tenido el honor de estrechar la mano de tres de esos gigantes literarios, tan variados como la vida misma. No se les puede decir adiós, porque vivirán mientras las generaciones actuales y futuras se interesen por leerlos.

ESCRITO POR:

Mario Antonio Sandoval

Periodista desde 1966. Presidente de Guatevisión. Catedrático de Ética y de Redacción Periodística en las universidades Landívar, San Carlos de Guatemala y Francisco Marroquín. Exdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua.